Igual que en el cine de terror hay infectados que corren muy rápido y zombis lentos, hay también dos tipos de vampiros: los guapos y los feos. Para Nosferatu, Robert Eggers decidió que su monstruo fuese uno de los feos, siguiendo la estela de la versión de 1922 y la alemana de 1979 de la misma película. No es de extrañar, por tanto, que el director haya plasmado a su criatura como lo que es en realidad: un no muerto y, por tanto, le haya conferido un cuerpo en eterna descomposición que, sin embargo, puede caminar, viajar y por supuesto matar.
Con estos y otros ingredientes, el director ha creado una película cuya estética mezcla el lenguaje característico del gótico y las dinámicas habituales del cine de terror. Hay, incluso, algunos guiños que recuerdan a obras de arte, como la escena en la que Thomas Hutter –interpretado por Nicholas Hoult–, de camino al castillo del conde, se detiene al borde de un acantilado a contemplar el paisaje nevado que se extiende a sus pies. La imagen recuerda irremediablemente a El caminante sobre el mar de nubes, de Caspar Friedrich. En esta obra del romanticismo, el autor plasma la inmensidad de la naturaleza frente al hombre, que la contempla y se siente diminuto. En la película, la referencia podría ir más allá y hablar de que Hutter está a punto de enfrentarse a algo que está más allá de la naturaleza, que de hecho la supera por completo y va en contra de sus leyes.
Otro cuadro en el que es inevitable pensar, aunque no aparezca de forma explícita, es La pesadilla o El íncubo, de Johann Heinrich Füssli. En él se refleja el interés de los románticos –tanto a nivel pictórico como, sobre todo, literario– por el sonambulismo, los trastornos del sueño y las creencias esotéricas a su alrededor. Hay muchas creencias de este tipo que defienden que en los momentos de falta de consciencia son en los que la línea entre el mundo real y el sobrenatural se desdibuja, y es posible la comunicación entre entre los vivos y los muertos.
En la obra de Füssli, una mujer con un fino camisón blanco parece yacer desmayada en su cama, mientras un pequeño demonio se sienta sobre su pecho, oprimiéndolo, y un caballo negro de ojos desencajados observa la escena desde el fondo de la composición. En la novela de Drácula también tienen gran importancia los episodios de sonambulismo, tanto de Mina como de su amiga Lucy, e incluso Johnatthan tiene en el libro extraños sueños cuando se encuentra en el castillo del conde, destacando uno sumamente vívido en el que se le aparecen para tener relaciones dos mujeres vampiras.