Las Noticias de Arte Más Destacadas
Manzur tenía que saltar. La tarima desde la que habló en la plaza principal de la Universidad de Antioquia no tenía escalones, subió apoyado en el brazo de Felipe Achury y dio un precioso discurso –con un chiste en el que celebraba casi un siglo de vida–, ¡un siglo! Y, por suerte, un siglo sin mayores achaques: ¡95 años y ahora tenía que dar un salto de 30 o 40 centímetros de altura!, “¿qué más les puedo decir?”, dijo después de hablar 10 minutos lucidos de los misterios del arte. Y ahora tenía que saltar.
Y lo hizo como si nada para darle un abrazo a la maestra Teresa Gómez y luego atravesar la plaza para inaugurar formalmente la escultura que lo donó a la Universidad. Su Caballo al viento ahora es parte de un campus que –tal vez– es el museo al aire libre más espectacular del país y uno de sus grandes secretos.

Mural de Fanny Sanin en la U. de Antioquia. Foto:Fernando Gómez Echeverri
En unos pocos metros cuadrados está buena parte de la historia plástica de Colombia.

Escultura de Eduardo Ramírez Villamizar. Foto:Fernando Gómez Echeverri
La escultura de Manzur quedó en línea con una poderosa figura geométrica de Eduardo Ramírez Villamizar; en una larga diagonal se cruza con una Mariamulata, los famosos pájaros cartageneros, de Enrique Grau.

Mariamulata de Grau. Foto:Fernando Gómez Echeverri
También –en otra diagonal– se cruza con un espectacular mural de Pedro Nel Gómez, protegido de los vándalos por un espejo de agua, y a solo unos pasos de la postal de la Universidad: una escultura de 15 metros de altura de Rodrigo Arenas Betancourt que –me dice Manzur con una sonrisa– se ve espectacular cuando encienden la fuente en la que está instalada. Y lo estaba. Alguien me explica que la fuente solo se enciende durante los grandes eventos, como los grados de los estudiantes, o la donación de la escultura de un maestro.

Escultura de Arenas Betancourt Foto:Fernando Gómez Echeverri
Y justo detrás del caballo de Manzur está la Sala de conciertos y a unos pasos del Museo de la Universidad que –entre otras cosas– esconde obras de Fernando Botero y Débora Arango.
Y en otros patios –o ‘barrios’ como les dicen a los bloques de los edificios de la universidad– aparecen los girasoles de Ana Mercedes Hoyos.

Girasoles de Ana Mercedes Hoyos Foto:Fernando Gómez Echeverri
Y dos esculturas monumentales de Carlos Rojas y una de ellas con la misma estructura de rectángulos de la obra que está en el MoMa, de Nueva York, un mural de Fanny Sanín y otro de Maripaz Jaramillo y, entre todo lo que pude ver, una escultura de Hugo Zapata en una fuente.

Escultura de Carlos Rojas en la U. de Antioquia. Foto:Fernando Gómez Echeverri
En el The Host Hotel, donde los dueños tienen en el lobby varias obras suyas de gran formato, Manzur habla a sus anchas, cuenta que el caballo –o el primer caballo– nació originalmente para la Fundación Corazón Verde y salió de sus propias pinturas, pero luego le perdió la pista, y hace poco, tras la visita de unos estudiantes de arte de la Universidad a su taller en Barichara, se animó a fundir uno nuevo, una obra de cuatro metros de altura y una tonelada de peso.

David Manzur y su caballo Crédito: CEET Fotógrafo: JAIVER NIETO ÁLVAREZ Foto:Jaiver Nieto / EL TIEMPO
Y para él fue una oportunidad para empezar de nuevo, con la misma hambre de siempre, la misma hambre que lo atormentaba en el internado en el que estuvo de niño en España durante la guerra civil y donde un huevo duro era un lujo, pero en cambio –en las iglesias y en los pasillos de los conventos– podía ver las obras de Diego Velázquez, Ribera y Zurbarán y el hambre física le daba paso al hambre intelectual y artística, porque –dice Manzur– el arte no se enseña, es imposible de definir. Y él lo siente. Y lo vive. Y no se cansa de ser un estudiante.

Escultura de Hugo Zapata en la U. de Antioquia. Foto:Fernando Gómez Echeverri
Y es la excusa perfecta para hablar de su escultura y de su relación con la escultura. Nombra a sus viejos colegas Ramírez Villamizar y Negret. En Nueva York, en su momento, fue amigo del escultor ruso Naum Gabo y pudo hablar con él de sus trucos para lograr el movimiento en sus obras cinéticas, de Gabo pasa a los trucos de Calder y sus esculturas móviles que flotan en el aire y de Calder pasa a la pureza de Brancusi y de su intención de hacer que su propia obra lograra contener todas sus enseñanzas y que fuera una obra minimal, sin soldaduras visibles, y solo oírlo hablar con ese entusiasmo hace que su escultura tenga otro movimiento, que se despegue del piso, que su caballo, con su cabeza pequeña, y sus formas curvadas logre atravesar el viento de forma eterna, que se doble como un papel y que se cumpla su sueño más simple y poético, “que los estudiantes caminen entre sus patas y lean a su sombra”.

Manzur rodeado de jóvenes en la universidad. Crédito: CEET Fotógrafo: JAIVER NIETO ÁLVAREZ Foto:Jaiver Nieto / EL TIEMPO