En su taller, rodeado de tótems de hasta 2,60 metros, Juan Ricardo Mejía habla con calma, sostenido por la tranquilidad del campo. Su obra no es un objeto aislado: es un diálogo entre arquitectura, escultura y urbanismo; entre lo construido y lo natural; entre lo humano y sus fracturas.
De ahí surge Flor-escencias. Un día, mientras experimentaba con acrílicos y luz, se detuvo en las dalias de su jardín. Al deshojarlas, descubrió patrones deconstructivos que integró en esta serie, hoy expuesta en los pasillos del edificio Adportas de la Universidad.
“Siempre me ha atraído el contraste entre lo natural y lo artificial. De la flor al acrílico, de la sombra al objeto, busco entender cómo lo humano reinterpreta la naturaleza”, dice.
Su formación como arquitecto y urbanista le ha permitido deconstruir materiales para crear esculturas minimalistas que transmiten vivencias urbanas y logran un balance entre lo simple y lo complejo.
El arte como espejo de la ciudad
Mejía recuerda sus años como profesor en la Universidad Pontificia Bolivariana, donde lideró la investigación en mejoramiento integral barrial. Allí entendió cómo el arte se entrelazaba con los procesos urbanos: asentamientos vulnerables, territorios en formación, comunidades desplazadas.
“Las huellas del desplazamiento —dice— son parte de esa ciudad que se construye y reconstruye sin cesar, casi siempre de manera dolorosa. Mi trabajo quiere ser espejo de esos procesos humanos que se tatúan en el territorio”.
Lo humano detrás de las formas
En series como Polimorfismos, piezas de superficie áspera y monocromática revelan un interior luminoso, de colores cálidos. Para Mejía, es una metáfora del ser humano: lo que mostramos y lo que guardamos dentro.
“Son obras que se entreabren para dejar ver otra capa más íntima. Como la vida misma: detrás de las sombras, siempre hay un resplandor”.
La deconstrucción como método de lectura
“Las ciudades crecen de manera fragmentada. Así también construyo mis piezas: desde fragmentos que permiten comprender la totalidad. La deconstrucción no es una moda: es un método de lectura del mundo”, explica.
Recuerda entonces Polis, instalación presentada en el Museo de Antioquia, donde armó un alfabeto urbano con fragmentos fotográficos de barrios en ladera. El resultado fue un paisaje que mostraba el caos y la belleza de lo no planificado.
Un acto humanista
“El arte es transversal. No hay que racionalizarlo en exceso: hay que sentirlo. Si una obra logra que alguien se detenga un instante y experimente algo en su interior, ya cumple su misión humanista”, afirma. Para él, el arte ha sido siempre el hilo común de la historia: “Con él entendemos a los egipcios, a los griegos, al Renacimiento o al modernismo”.
Su serie Flor-escencias, confiesa, es un respiro en medio de conceptos más complejos: “Quizá menos conceptual, pero más fácil de asimilar. Como un descanso luminoso dentro de la complejidad de ideas que sostienen mi trabajo”.
La conversación termina con la promesa de un café, pero queda claro: Juan Ricardo Mejía no solo construye esculturas, construye metáforas de la vida, del territorio y de lo humano.